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La rebelión de los fontaneros

“Los millonarios del futuro serán electricistas o fontaneros”
General J. Huang, justo antes de la Guerra IA 2025

Mientras San Altman y compañía se fuma un puro viendo subir sus acciones en vertical, hemos llegado a este punto: el “Modo IA” de Google se traga cualquier chorrada que le digas, mientras su esqueje de “Vista IA” te pone memeces resumidas si intentas buscar. Ji ji jaja, es muy divertido hasta que recuerdas que hasta hace dos días esto lo llamaban “la autopista de la información” identificando Google con el propio internet. Ahora no está tan claro que sea autopista ni que sea de información —y ya no es la única— Ya hay más de un camino y todos torcidos.

Ah sí — El amigo Google. Ese que empezó hace más de dos décadas, al que todos habíamos entregado nuestro alma inmortal digital,… aunque ese ya lo habíamos vendido y revendido antes a Bill, clicando “acepto los términos” en cada reinstalación de sus bugosos sistemas y programas de ofimática . Y eso que comparado con el windows actual aquello era una obra de arte. Nadie se acuerda ya pero Google tenía un lema y todo. Ah sí: “Don’t be evil”“no seas malote”— refiriéndose a sí mismos. Como una promesa que te haces cuando dices que te pones a hacer ejercicio la semana que viene. Sí, sí claro, claro…

A partir de la “burbuja .com”, aunque inmediatamente después todo se fue a la mierda, las compañías quebraron, incluso las que pusieron el cable —la infraestructura que habían montado quedó y la conectividad global aumentó. Todo el mundo, que tuviera una conexión de internet, tenía acceso a información— bastante heterogénea si sabía buscar. 

Por muy metida que estuviera tu familia en una secta, aunque te hubieran tenido encerrado en un sótano desde pequeñito, en esta época en cuanto tuvieras un dispositivo con acceso a “la red de redes” —siempre podrías buscar la verdad. Y precisamente Google se había convertido en una puerta hacia esa información, un tanto amogollonada y en parte oculta (solo un % total de todas las páginas) pero información accesible y presente en algún lado.

Al principio Google fue un buscador —el mejor— era la primera vez que uno buscaba algo en internet y realmente salían las páginas web que tenían que ver con ese tema. Fueron mejorándolo y añadiendo cosas —sí— cualquier negocio que vieron que funcionara en internet como email, mapas, listados de negocios locales,vuelos, libros, tiendas… incluso intentaron crear su red social (primero compraron Orkut y luego hicieron Google Plus que desapareció porque no lo usaba ni dios —el guay era el Facebook). Se les olvidó lo de “no ser malote” y poco a poco fueron desplazando con sus propios proyectos las webs especializadas de las que robaban las ideas— e incluso los datos. No es que los robasen realmente —la gente creyéndose lo de “no ser malote” y queriendo mejorar su posicionamiento en Google le daba la bienvenida al “Google bot” 

Bienvenido Google bot

Aliméntate. 

Aliméntate de nuestro sudor, sangre,

 y bébete nuestras lágrimas cuando tus creadores monten el mismo negocio que el nuestro, pero con más dinero y gente,

y colocado en la primera posición del buscador. 

Come nuestra carne hasta que no queden más que huesos roídos,

y olvidados en las posiciones lejanas

Oh, Google bot 

oh mensajero del dios de internet.

En el pasado, tanto las fuentes de la información como la educación, controlados por el Estado local y la religión, fuera la que fuese, —moldeaban y adaptaban la verdad para que no te hiciera daño en el cerebro y no te entrasen ideas extrañas— igual se te ocurría que tal vez, tus gobernantes no eran enviados por una deidad… y que se fundían los impuestos en coches de lujo y furcias. 

En aquel momento de conectividad global, los únicos que se negaban a abrir internet sin censura para sus ciudadanos eran los regímenes totalitaristas. No es que el mundo fuera perfecto, pero parecía estar de camino hacía algo mejor. Es cierto que Zuck —uno de los magnates; un programata de PHP venido a más, que le robó la idea de Facebook a sus socios y (no se sabe ni cómo) rebotó hacia arriba de forma tan bestia que en la temporada siguiente ya era el malo oficial de la serie— vendió los datos de millones de sus usuarios a Cambridge Analytica. Creo que ha habido gente que acabó en la cárcel por ello.

Luego, llegó la pandemia, y también benefició a gente como Zuck. Que por cierto, bebió de su propio Kool-Aid y de repente se creía el genio que iba a cambiar la historia de la humanidad: “vamos a crear el metaverso”, decía. No sé si te suena la flipada, pero Zuck básicamente sacó de los libros de cyberpunk que leería de zagal el concepto del metaverso. Ya había comprado Oculus —la empresa que revolucionó VR de bajo coste, que empezó como un proyecto libre financiado a través de Kickstarter. Zuck se lanzó a hacer su metaverso, gastando miles de millones como si no hubiera un mañana y cambiando hasta el nombre de Facebook por Meta… para al final hacer una demo ridícula con gráficos de PS1. 

La pandemia ya había terminado por aquel entonces y Zuck todavía tardó un poco en despertar de su sueño maníaco. Se dio cuenta que había un new kid on the block: había salido  ChatGPT. Se ve que le gustó y decidió cambiar de objetivo. Tiró de la inmensa pasta —herencia del abuelo Facebook— para ponerse a buscar “el santo grial” de la IA.

Cuando Sam encontró a Ilya

Era una tarde cálida aquel 13 de julio de 2015 en San Francisco. En la sala privée del  Hotel Rosewood, Elon se quita la careta de Michael Jackson y la deja caer sobre la mesa al sentarse. Ya no podía ni caminar por la calle sin que le reconocieran y menos ahora que era el techboy billionaire favorito de las masas.

—Amado por la gente… un sueño hecho realidad —piensa. 

Fake it ‘til you make it, as always —decía su padre cuando le entregó la maleta con el dinero para hacer su primera empresa. Al principio hasta pensó en llamarla Red Emeralds, en honor al antiguo negocio familiar, pero luego cambió de opinión.

Llama con un ligero gesto de la mano a la camarera, voluptuosa rubia teñida, vestida con sombrero de ala ancha, botas altas  y acento tejano fingido.

—Un capuchino American King Size.

Ella anota la comanda pero no lo mira siquiera. 

—No sabrá quién soy. —pensó—. O sí y por eso le da vergüenza. Pero seguro que le gusto.

 Se había adelantado un poco. Ilya acababa de llegar también.

—Ya llegan —dijo el ruso—. Me han escrito por WhatsApp

Los dos se sentaron en la mesita de ébano, algo pequeña pero discreta, frente a frente, mientras el guardaespaldas del magnate sudafricano escudriñaba la sala. De fondo en la pared, colgaban gruesas, pesadas cortinas rojas, de terciopelo, que ya había comprobado antes de dejar pasar a su cliente.

Altman llegó en punto, como guiado por un reloj atómico. Preciso, hermético, de tez parecida a la careta que Elon había metido apresuradamente en el bolsillo justo antes de que aparecieran, se acercó una silla de plástico y pidió un café con leche en vaso de cristal y un pincho de tortilla. 

Tenía, en parte, esa sonrisa zuckerbergiana que distinguía a los “reptilianos” infiltrados en la Tierra del resto de la población. Al menos algunos conspiranoicos decían eso. Aunque también mostraba una faceta muy humana, frágil como una pálida hoja seca en los bosques de Missouri,  igual que su voz susurrante y rasposa, como si el esfuerzo de articular cada palabra le doliera desde el final del tracto digestivo hasta la boca.

El papel de tío enrollado, frágil e intelectual —pensó Elon—. Mientras Zuck ahora quería aparentar ser un bro surfero, Elon, en cambio, había elegido… no, no había elegido – era lo que le salía… Quería ser un Bruce Wayne de altas capacidades, o aún mejor, un Tony Stark tipo Rainman. Y la gente estaba encantada con él. Era el hombre esforzado, un genio atormentado pero lúcido, probablemente el mismísimo Leonardo o Einstein reencarnado y empastillado lo justo para ser funcional, que iba a llevar a los terrícolas a Marte. Al menos eso les había prometido. 

Ilya sin embargo, parecía una patata rusa con brotes de pelo errático, casi de aspecto axilar. Sam lo miró bien: en parte le agradó y en parte le repugnó su estética — si es que se podía denominar así. Era tan… tan incómodo de mirar. Iba de científico loco, obviamente. A pesar de ser supuestamente ruso era el menos pálido de todos los que estaban en la mesa. Habían llegado, aparte de Elon que ya estaba, entre los posibles futuros socios o empleados – doce comensales. Ya era la hora de la cena.

(continuará)